20 de septiembre de 2016

LA ÉTICA EN EL CUIDADO DE MAYORES

Es un hecho, además numerosas veces comentado, que la población envejece año tras año. La esperanza de vida aumenta, dados los avances de la ciencia, y también es cierto que son menos los peques que traemos al mundo (tema que daría mucho que comentar, sobre todo en el sentido de si nos dejan o no tenerlos...). Lo cierto, es que el número de mayores aumenta y en todas las familias tenemos grandes adultos de los que cuidar como ellos en su momento hicieron con nosotros. Pero también es una realidad, que curiosamente vivimos en un momento en el que (como pasa con la capacidad para poder formar una familia) nos resulta más difícil atender como nos gustaría a nuestros padres, madres, abuelos y abuelas, tíos y tías que nos necesitan porque su avanzada edad, junto con determinadas enfermedades, ya no les permite hacerse cargo de sí mismos como en otros tiempos lo hicieron. De esta forma, tenemos dos sentimientos bastante negativos al rededor de esto, que fluyen sin control entre todos nosotros: la soledad (en los mayores) y la culpabilidad (en hijos, sobrinos y nietos). Afortunadamente, en el caso de la primera, no siempre se da y, desgraciadamente en el caso de la segunda, cada vez son más aquellos que sufren viendo cómo la vida nos exige ocuparnos y ocuparnos de mil cosas que no nos dejan espacio para más.
También es cierto que el modelo de familia ha cambiado tanto, que se ha tragado la tierra aquellos hogares en los que podíamos encontrar conviviendo tres, incluso cuatro, generaciones distintas. En ellas, los valores respecto a los que allí vivían eran extremadamente diferentes en cuanto a la posición que los abuelos ocupaban y el valor que se le daba al hecho de que tenían a sus espaldas años de experiencia que daban clases magistrales a los más jóvenes. La palabra anciano sonaba a respeto, admiración, sabiduría, protección, gratitud por lo entregado a la familia, cuidado. Pero todo esto está sobre un bache que, bueno, llamadme optimista, pero yo creo que podría estar empezando a pasar, y es así porque confío en que se le vuelva a dar a nuestros mayores el sitio que, no es que se merezcan, sino que les pertenece. Por cierto, recordad una cosa,....nosotros vamos después, ¿qué ejemplo vamos a dar?
Esta situación hace que se vuelva necesario hablar de la ética en el cuidado de los mayores. En muchos casos, no podemos encargarnos de nuestro familiar como quisiéramos y acudimos a la institucionalización o al encargo de esta tarea a terceros que hacen de ello su profesión (otro tema importante...¿en manos de quién dejas a tu ser querido?¿te parece bien el precio?,...pues mira mejor su talante, su experiencia y su formación). Pero aún hay casos en los que un familiar cercano se dedica al “noble arte de cuidar”, y lo llamaré así porque verdaderamente puede ser una tarea de lo más gratificante, siempre y cuando no se produzca un abuso y una manera mal entendida de ver a este cuidador por parte del resto de la familia (ya hablaremos largo y tendido de esto tan importante). Son muchas las razones por las que esta tarea se convierte en algo tremendamente difícil en algunas ocasiones, y por eso está bien que hablemos de cómo hacerlo de manera adecuada. Quiero resaltar, con vehemencia, que aquí es muy importante entender también que hay que saber cuidar al cuidador, pero en esta ocasión nos referiremos a la persona que recibe los cuidados.
Dado que la ética, simplificando, se ocupa del bien, este debe ser el factor que presida todas las acciones que conlleva el cuidado y acompañamiento de la persona con necesidades. Este bien no debe estar solo referido al saber hacer en los cuidados instrumentales (alimentación, aseo,...) sino también a los cuidados emocionales y relacionales, al trato, la comunicación, las miradas, el contacto físico cariñoso y protector,... Cuando tenemos en cuenta todo esto, empezamos a hablar, sin duda, de la calidad de vida de la persona mayor, y fijaros que bonito y qué importante: la calidad de vida que NOSOTROS le vamos a proporcionar.
Antes de nada, aclararemos dos conceptos básicos:
1.- La Ética: como decíamos se ocupa, ante todo, del tema del bien, es decir, qué es bueno hacer, quién es un buen cuidador. Se refiere a lo que los seres humanos hacemos o podemos hacer para vivir juntos humanamente.
2.- La Deontología: se ocupa de los deberes y obligaciones en una profesión, en nuestro caso nos podemos referir a las profesiones de ayuda. Los principios son las normas básicas de actuación en la vida profesional. Por su parte, el término valores se usa para significar el marco de referencia ético para la conducta de los profesionales, y tales valores incluyen un compromiso con la dignidad de los individuos y el derecho al respeto, la privacidad y la confidencialidad, aunque estemos hablando de personas aquejadas de demencias (precisamente por eso, ¿verdad?).
Los principios básicos de los que vamos a hablar son: el principio de beneficencia, el de autonomía y el de justicia. (Los recogeremos a continuación del texto de Rosario Paniagua en el que habla de la ética en el cuidado del mayor).
-Principio de beneficencia: la palabra beneficencia se podría traducir como hacer el bien, actuar beneficiosamente. Busca obtener bienes para las personas para las que se actúa y es inherente a una actividad humanitaria de las características de las que estamos hablando a favor de las personas más vulnerables. Este principio puede ser considerado como la expresión de la finalidad que se busca: tratar de aliviar al mayor enfermo con toda solicitud y esmero. Es el principio que expresa la intención fundamental de todo acompañamiento en los cuidados. Para que una actuación beneficie y no perjudique, ha de ser útil para las personas a quienes se dirige, pero a la vez, ha de ser un servicio que contribuya a incrementar el bienestar general de la sociedad. La buena práctica contagia y ha de ejercer una pedagogía de bien. En el principio de no maleficencia la máxima es, ante todo, no hacer daño, tratar al otro con humanidad, con solicitud, no caer en la rutina y el tedio en una labor tan delicada como es el cuidado. Es abstenerse intencionadamente de realizar acciones que puedan causar daño o perjudicar a otros. Es un imperativo ético válido para todos en todos los sectores de la vida de las personas.
-Principio de autonomía: articula los derechos de las personas para tomar decisiones. No se trabaja con sujetos pacientes limitados a aceptar las decisiones que otros adoptan, sino con sujetos agentes con derecho a ser informados y a que sus opiniones sean tenidas en cuenta a la hora de decidir cuestiones que les afectan particularmente. Una de las cosas que más lastima a los mayores es no ser tenidos en cuenta en asuntos que tienen que ver con su vida, con sus intereses cuando hay competencia para ello. Cuando este principio es respetado, se establece una sana relación entre el cuidador y el mayor, se seleccionan las estrategias conjuntamente y los interesados se implican en tomar el mejor camino. Hay personas mayores sumisas, acostumbradas a obedecer y a delegar, propensas a dejar la última palabra a los demás. Buscar la autonomía requiere trabajarla con los interesados y dotarlos de la suficiente capacidad de decisión sobre sí mismos y sobre sus propios intereses. Si no se conserva la autonomía y el autogobierno por la enfermedad, la familia será la que tome las decisiones autónomamente, con la información facilitada por los profesionales. La colaboración del mayor será posible siempre que este sea capaz y sus decisiones no supongan un daño personal a terceros o al conjunto de la comunidad de convivencia.
-Principio de justicia: mediante este principio, la sociedad ha de distribuir de modo equitativo y racional los recursos sociales existentes sin discriminación por edad, estado de salud o grado de cognición. Se trata del reparto justo de los bienes según normas y criterios. Estos criterios de distribución han de respetarse, con independencia de circunstancias que lleven a la discriminación de las personas mayores. En la relación profesional no solo está el mayor dependiente precisando prestaciones sociales y el profesional demandando medios para ofrecer sus servicios, sino también los responsables públicos que representan al conjunto de la sociedad. Estos responsables deben procurar un equilibrio entre las necesidades, las exigencias y las expectativas de unos y de otros. Pero en el horizonte de todo ello, debe situarse el bien y la respuesta justa ante las necesidades que presenta un sector poblacional especialmente necesitado de coberturas sanitarias y sociales excepcionales. La finalidad del bien exige que la asignación de recursos se haga de forma equitativa entre todas las personas a quienes corresponda, sin dejar de tener la mirada puesta en la sociedad en su conjunto. La implicación de los interesados y/o familiares en la consecución de sus derechos, es siempre aconsejable, fomentando que se organicen y participen en el mundo asociativo, para tener un cauce de expresión colectiva y apoyo mutuo de las personas que están en situaciones semejantes (son notables las acciones de las Asociaciones de Parkinson, Alzheimer, y otras…). Se trata con todo ello de construir un espacio social:
      a) En donde quepan todos.
      b) En donde haya igualdad.
      c) En donde haya distribución justa de los recursos
      d) En donde haya un acceso generalizado a los bienes básicos.
      e) En donde disminuyan las diferencias.
En realidad, todo nos lleva a un mismo sitio: la humanización. Este debe ser el elemento clave en cualquier acción que se lleve a cabo ante el cuidado de una persona mayor. De esta capacidad, entre otras, individual en el caso de cuidadores (familiares o profesionales) o colectiva en el aspecto más social, dependerá la calidad de vida de la persona atendida y una vivencia positiva de la prolongación de los años, que traerá la aparición de dificultades y de debilidades que juntos tendremos que afrontar.
Finalmente me gustaría dejar un mensaje, que creo de suma importancia, en la mente de quien lea estas líneas: la familia es la base de la red de apoyo para la persona mayor. Es nuestra responsabilidad fomentar el respeto y la consideración al mayor desde edades muy tempranas en nuestros pequeños, sobre todo con el ejemplo y con la palabra.

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