LA ÉTICA EN EL CUIDADO DE
MAYORES
Es un hecho, además
numerosas veces comentado, que la población envejece año tras año.
La esperanza de vida aumenta, dados los avances de la ciencia, y
también es cierto que son menos los peques que traemos al mundo
(tema que daría mucho que comentar, sobre todo en el sentido de si
nos dejan o no tenerlos...). Lo cierto, es que el número de mayores
aumenta y en todas las familias tenemos grandes adultos de los que
cuidar como ellos en su momento hicieron con nosotros. Pero también
es una realidad, que curiosamente vivimos en un momento en el que
(como pasa con la capacidad para poder formar una familia) nos
resulta más difícil atender como nos gustaría a nuestros padres,
madres, abuelos y abuelas, tíos y tías que nos necesitan porque su
avanzada edad, junto con determinadas enfermedades, ya no les permite
hacerse cargo de sí mismos como en otros tiempos lo hicieron. De
esta forma, tenemos dos sentimientos bastante negativos al rededor de
esto, que fluyen sin control entre todos nosotros: la soledad (en los
mayores) y la culpabilidad (en hijos, sobrinos y nietos).
Afortunadamente, en el caso de la primera, no siempre se da y,
desgraciadamente en el caso de la segunda, cada vez son más aquellos
que sufren viendo cómo la vida nos exige ocuparnos y ocuparnos de
mil cosas que no nos dejan espacio para más.
También es cierto que
el modelo de familia ha cambiado tanto, que se ha tragado la tierra
aquellos hogares en los que podíamos encontrar conviviendo tres,
incluso cuatro, generaciones distintas. En ellas, los valores
respecto a los que allí vivían eran extremadamente diferentes en
cuanto a la posición que los abuelos ocupaban y el valor que se le
daba al hecho de que tenían a sus espaldas años de experiencia que
daban clases magistrales a los más jóvenes. La palabra anciano
sonaba a respeto, admiración, sabiduría, protección, gratitud por
lo entregado a la familia, cuidado. Pero todo esto está sobre un
bache que, bueno, llamadme optimista, pero yo creo que podría estar
empezando a pasar, y es así porque confío en que se le vuelva a dar a
nuestros mayores el sitio que, no es que se merezcan, sino que les pertenece. Por cierto, recordad una cosa,....nosotros vamos después, ¿qué
ejemplo vamos a dar?
Esta situación hace
que se vuelva necesario hablar de la ética en el cuidado de los
mayores. En muchos casos, no podemos encargarnos de nuestro familiar
como quisiéramos y acudimos a la institucionalización o al encargo
de esta tarea a terceros que hacen de ello su profesión (otro tema
importante...¿en manos de quién dejas a tu ser querido?¿te parece
bien el precio?,...pues mira mejor su talante, su experiencia y su
formación). Pero aún hay casos en los que un familiar cercano se
dedica al “noble arte de
cuidar”, y lo llamaré así porque verdaderamente puede
ser una tarea de lo más gratificante, siempre y cuando no se
produzca un abuso y una manera mal entendida de ver a este cuidador
por parte del resto de la familia (ya hablaremos largo y tendido de
esto tan importante). Son muchas las razones por las que esta tarea
se convierte en algo tremendamente difícil en algunas ocasiones, y
por eso está bien que hablemos de cómo hacerlo de manera adecuada.
Quiero resaltar, con vehemencia, que aquí es muy importante entender
también que hay que saber cuidar al cuidador, pero
en esta ocasión nos referiremos a la persona que recibe los
cuidados.
Dado
que la ética, simplificando, se ocupa del bien, este debe ser el
factor que presida todas las acciones que conlleva el cuidado y
acompañamiento de la persona con necesidades. Este bien no debe
estar solo referido al saber hacer en los cuidados instrumentales
(alimentación, aseo,...) sino también a los cuidados emocionales y
relacionales, al trato, la comunicación, las miradas, el contacto
físico cariñoso y protector,... Cuando tenemos en cuenta todo esto,
empezamos a hablar, sin duda, de la calidad de vida de la persona
mayor, y fijaros que bonito y qué importante: la calidad de vida que
NOSOTROS le vamos a proporcionar.
Antes
de nada, aclararemos dos conceptos básicos:
1.- La Ética: como
decíamos se ocupa, ante todo, del tema del bien, es decir, qué es
bueno hacer, quién es un buen cuidador. Se refiere a lo que los
seres humanos hacemos o podemos hacer para vivir juntos humanamente.
2.- La Deontología:
se ocupa de los deberes y obligaciones en una profesión, en nuestro
caso nos podemos referir a las profesiones de ayuda. Los principios
son las normas básicas de actuación en la vida profesional. Por su
parte, el término valores se usa para significar el marco de
referencia ético para la conducta de los profesionales, y tales
valores incluyen un compromiso con la dignidad de los individuos y el
derecho al respeto, la privacidad y la confidencialidad, aunque
estemos hablando de personas aquejadas de demencias (precisamente por
eso, ¿verdad?).
Los
principios básicos de los que vamos a hablar son: el principio de
beneficencia, el de autonomía y el de justicia. (Los recogeremos a
continuación del texto de Rosario Paniagua en el que habla de la
ética en el cuidado del mayor).
-Principio
de beneficencia: la
palabra beneficencia se podría traducir como hacer el bien, actuar
beneficiosamente. Busca obtener bienes para las personas para las que se actúa y es inherente a una actividad humanitaria de las características de las que estamos hablando a favor de las personas más vulnerables. Este principio puede ser considerado como la expresión de la finalidad que se busca: tratar de aliviar al mayor enfermo con toda solicitud y esmero. Es el principio que expresa la intención fundamental de todo acompañamiento en los cuidados. Para que una actuación beneficie y no perjudique, ha de ser útil para las personas a quienes se dirige, pero a la vez, ha de ser un servicio que contribuya a incrementar el bienestar general de la sociedad. La buena práctica contagia y ha de ejercer una pedagogía de bien. En el principio de no maleficencia la máxima es, ante todo, no hacer daño, tratar al otro con humanidad, con solicitud, no caer en la rutina y el tedio en una labor tan delicada como es el cuidado. Es abstenerse intencionadamente de realizar acciones que puedan causar daño o perjudicar a otros. Es un imperativo ético válido para todos en todos los sectores de la vida de las personas.
-Principio
de autonomía: articula
los derechos de las personas para tomar decisiones. No se trabaja con
sujetos pacientes limitados a aceptar las decisiones que otros
adoptan, sino con sujetos agentes con derecho a ser informados y a
que sus opiniones sean tenidas en cuenta a la hora de decidir
cuestiones que les afectan particularmente. Una de las cosas que más lastima a los mayores es no ser tenidos en cuenta en asuntos que tienen que ver con su vida, con sus intereses cuando hay competencia para ello. Cuando este principio es respetado, se establece una sana relación entre el cuidador y el mayor, se seleccionan las estrategias conjuntamente y los interesados se implican en tomar el mejor camino. Hay personas mayores sumisas, acostumbradas a obedecer y a delegar, propensas a dejar la última palabra a los demás. Buscar la autonomía requiere trabajarla con los interesados y dotarlos de la suficiente capacidad de decisión sobre sí mismos y sobre sus propios intereses. Si no se conserva la autonomía y el autogobierno por la enfermedad, la familia será la que tome las decisiones autónomamente, con la información facilitada por los profesionales. La colaboración del mayor será posible siempre que este sea capaz y sus decisiones no supongan un daño personal a terceros o al conjunto de la comunidad de convivencia.
-Principio de justicia: mediante este principio, la sociedad ha de distribuir de modo equitativo y racional los recursos sociales existentes sin discriminación por edad, estado de salud o grado de cognición. Se trata del reparto justo de los bienes según normas y criterios. Estos criterios de distribución han de respetarse, con independencia de circunstancias que lleven a la discriminación de las personas mayores. En la relación profesional no solo está el mayor dependiente precisando prestaciones sociales y el profesional demandando medios para ofrecer sus servicios, sino también los responsables públicos que representan al conjunto de la sociedad. Estos responsables deben procurar un equilibrio entre las necesidades, las exigencias y las expectativas de unos y de otros. Pero en el horizonte de todo ello, debe situarse el bien y la respuesta justa ante las necesidades que presenta un sector poblacional especialmente necesitado de coberturas sanitarias y sociales excepcionales. La finalidad del bien exige que la asignación de recursos se haga de forma equitativa entre todas las personas a quienes corresponda, sin dejar de tener la mirada puesta en la sociedad en su conjunto. La implicación de los interesados y/o familiares en la consecución de sus derechos, es siempre aconsejable, fomentando que se organicen y participen en el mundo asociativo, para tener un cauce de expresión colectiva y apoyo mutuo de las personas que están en situaciones semejantes (son notables las acciones de las Asociaciones de Parkinson, Alzheimer, y otras…). Se trata con todo ello de construir un espacio social:
a) En donde quepan todos.
b) En donde haya igualdad.
c) En donde haya distribución justa de los recursos
d) En donde haya un acceso generalizado a los bienes básicos.
En realidad, todo nos lleva a un mismo sitio: la humanización. Este debe ser el elemento clave en cualquier acción que se lleve a cabo ante el cuidado de una persona mayor. De esta capacidad, entre otras, individual en el caso de cuidadores (familiares o profesionales) o colectiva en el aspecto más social, dependerá la calidad de vida de la persona atendida y una vivencia positiva de la prolongación de los años, que traerá la aparición de dificultades y de debilidades que juntos tendremos que afrontar.
Finalmente me gustaría dejar un mensaje, que creo de suma importancia, en la mente de quien lea estas líneas: la familia es la base de la red de apoyo para la persona mayor. Es nuestra responsabilidad fomentar el respeto y la consideración al mayor desde edades muy tempranas en nuestros pequeños, sobre todo con el ejemplo y con la palabra.